(sic) 08/12

Un aire de búsqueda y recuperación de memoria recorre (sic) 08/12. El color general de esta octava entrega, representada en sus textos e imágenes con un tono azul oscuro, quiere evocar el destiñe de los documentos desclasificados que han perdido su habitual aspecto, o mostrar la evanescencia de la desaparición. Esta sensación implica todos los textos y fotografías exceptuando la intervención del artista visual Daniel G. Andújar. Con el título Pacto de silencio, su colaboración se compone de un texto y tres fotografías, una de las cuales, la que ocupa por completo la página 59, representa el fragmento de otra. El texto relata la historia de un joven a través de los años previos a la Guerra Civil y el desenlace posterior, con el barrio Velluters de fondo. A modo de ejemplo paradigmático, esta ficción nada irreal se presenta como motivo de análisis de un sentimiento generalizado: el silencio reinante tras la dictadura franquista que ni condenó ni ha pretendido recuperar, hasta la reciente aprobación de la menospreciada Ley de la Memoria histórica, toda la pérdida y la marginación sufrida.
Chema de Luelmo inicia el texto de portada con una adecuación del Colama de Pedro Páramo al Velluters actual. La desaparición de la calle Patis de Frígola emprende un análisis certero sobre la transformación urbana del barrio a través de sus cambios morfológicos y la muerte del padre se convierte en metáfora de una ausencia irremplazable. Con una mirada retrospectiva, Rían Lozano narra su llegada a Valencia a los diez años de edad y la sorpresa cautivadora que le supuso escuchar por primera vez que Valencia contenía un barrio chino. Conforme han pasado los años, esta cautivación inicial se convierte en crítica, atestiguada por el recorrido realizado a través de las calles de Velluters donde todavía prevalece un barrio chino nada cinematográfico. Otro recorrido sobre el barrio, aunque éste de forma virtual, realiza José Ricardo Seguí. Con la ayuda de Google Maps, la mirada se afila, se descubre una nueva perspectiva y la ironía deja interesantes comentarios a propósito de las zonas verdes (solares vistos a vista de pájaro) o las calles por las que, por no pasar, no pasa ni la virtualidad de esta herramienta de conocimiento y control.
Gil-Manuel Hernàndez, profesor de la Universitat de València y miembro de la Associació d’Estudis Fallers repasa la historia de las fallas plantadas en Velluters a través de sus comisiones, las que aún perduran y las que no, y destaca la importancia de esta zona de Ciutat Vella en el desarrollo de la fiesta grande de la ciudad. Siguiendo con la estela del recuerdo, Amparo Tórtola entrevista a Boro Barber, colaborador asimismo de (sic) y vecino de infancia y adolescencia de Velluters, “su galaxia” particular y modelo de toda su existencia posterior. Se completa este número con otra serie de entrevistas cortas realizadas por Xavier Aliaga, encargado de la sección Velluters es la gente.

PATIS DE FRIGOLA. Chema de Luelmo
“Vine a Velluters porque me dijeron que aquí vivía mi padre, un tal Pere l´Erm”, confiesa mientras apura su tocaet y hace chocar el Duralex contra la barra de acero de El Torito. El sonido se desliza sobre el hule de las mesas, salva la sillería castellana y va a dar contra los cabestros disecados, el televisor sin plasma, el gotelé amarillo o amarillento y el stock de Veterano, y tras su lento periplo regresa totalmente desfigurado. “Mi madre me lo dijo –añade–, y yo le prometí que vendría a verlo en cuanto ella muriera”. Pero así como el vaso ya mate no devuelve su mirada aunque la fije con fuerza, así su búsqueda no ha encontrado el más mínimo eco: ni rastro del escenario de su infancia, de esa geografía que albergara sus primeros años de vida, y no digamos ya de un padre cuyo rostro ni retiene siquiera. De hecho, apenas recuerda el momento en que madre e hijo fueron deportados al extrarradio y realojados en uno de esos bloques de ladrillo visto que promueven el lazo entre lo feo y “lo social”, en tanto el padre se negaba a abandonar su suelo natal y optaba por la emboscadura. Ahora que regresa a cumplir su promesa no hay manera de concertar memoria y sensación, lo sido y lo siendo, y ha recalado en el último templo laico del barrio –excepción hecha del glorioso Coral– para calmar su ansiedad. No podía haber escogido mejor lugar que este bar de frontera donde quien más y quien menos comparte su mal, porque el tiempo suspendido reúne en El Torito a los náufragos de sí mismos y a sus tristes historias, que rebotan en las paredes –valga si no el ejemplo– como en un pinball sin premio. Justo enfrente, en la esquina donde el 7 encara Velluters y presa del pánico cambia de trayectoria, Las Torres convoca una parroquia completamente otra, una caterva canalla que lo mismo negocia con su adicción que saca punta a lo cotidiano desde su palco en plena acera comercial.

DE CÓMO NUNCA HUBO PATOS EN VELLUTERS. Rían Lozano
Cuando hace casi veinte años llegué a esta ciudad, mi padre quiso enseñarme Valencia, sus barrios. Lo hizo de la forma más sencilla para alguien que también acababa de aterrizar en esta capital con mar. Algo nerviosa por un tamaño urbano al que no estaba acostumbrada, monté en el coche. Salimos de Benimaclet, el lugar donde íbamos a vivir; un barrio donde muchos vecinos vendían naranjas en las puertas de sus casas.
De esa primera ruta motorizada recuerdo especialmente el halo de misterio creado al pasar por una gran vía ⎯la avenida del Oeste, me dijeron⎯ más allá de la cual se ocultaba lo que mi padre llamó el barrio chino. En aquel momento, a punto de cumplir diez años, imaginé que ese lugar debía ser la consecuencia más exótica de la vida en una ciudad tan grande. Supongo que mi imaginación raptó fotogramas de alguna película. Me encantó la idea de vivir en un lugar que, con su barrio chino, nada tenía que envidiar a San Francisco o Manhattan. Pese a tanta emoción, tardé varios años en pisar esta zona de la Ciutat Vella que imaginaba oscura, llena de patos colgados en los escaparates de restaurantes y con humo saliendo de las alcantarillas.
No sé cuándo visité el bario por primera vez, ni cuando empecé a llamarlo Velluters. Pero sí recuerdo las primeras visitas al IVAJ, a la Biblioteca del Hospital y, algo más tarde, al MUVIM y a la EASD. Hace unos días volví, de nuevo desde Benimaclet. Quería caminar por las calles protagonistas del proyecto (sic) societat i cultura. Antes de salir, en casa, revisé un callejero: la calle Quart, Moro Zeit, Peu de la Creu y Maldonado, la calle del Hospital y Guillem de Catro serían los ejes que, a grandes rasgos, contendrían mi paseo.

DESTINO VELLUTERS. José Ricardo Seguí
Viajar es un premio a la necesidad de descubrir. Y como Khail Gibran entendió en su tesoro espiritual, al final del viaje el mar y la orilla siempre estarán. No quiero imaginar cómo sería hacerlo con Hunter S. Thompson de acompañante, o lo fascinante que resultaría tener a Javier Reverte en el papel de Pigmalion. Envidio a quienes son capaces de viajar para descubrir y descubrirse. Simplemente. Son muchos lo que viajan por su ciudad de forma autómata, porque nada o poco descubrirán. Y hay otros que lo hacen después de buscar incansablemente, o porque nunca es suficiente. Siempre falta algo. Yo lo hago. Soy un viajero. Viajar es pasear y mirar; entender y mezclarse hasta formar parte. Y no siempre miramos de la misma manera. Depende del día, el momento, la situación. A veces cruzamos calles y sólo descubrimos suelo; en otras dejamos escapar los detalles, o los perdemos en nuestras caminatas de ojos velados y memorias ocupadas.
Ahora soy un viajero nocturno. Y he recorrido el mundo. En serio. He conseguido descubrirlo de norte a sur. Desde Alaska a Nueva Caledonia. Es mi fortuna. Soy un viajero virtual. No hay nada como transportase de continente en continente, o de ciudad en ciudad, mientras unos duermen y otros soñamos despiertos. Así que, esta noche salgo de viaje. Aunque sólo sea por un par de horas. No llevo maleta. Ni hace falta. Arranco el motor, sujeto el mando con la mano derecha y lo deslizo lentamente. Observo como despego. Escribo un nombre, una ciudad, un barrio, una calle. Allí voy. De abajo, hacia arriba. Así hasta sorprenderme. Siempre es igual. Se trata de una sensación fascinante. Hasta da cierto vértigo. Miro y observo. Con otra orden escrita he reconducido la mirada, el destino. Ando perdido entre montañas y ríos. Será mejor volver a mi ciudad. Así que, escribo Valencia. Así que, añado Velluters. Ya está. Voy. Insisto. Escribo Guillem Sorolla, y aparece. Viajo, me desplazo. Levanto el vuelo de nuevo. Nada que observar. Giro a la izquierda. Descubro una cúpula. Colores próximos. Ah! Eso es el colegio Escolapios. Pero veo colores verdes a su alrededor. Voy a bajar. No me permiten entrar en algunas calles. ¿Por qué? Quizá sea un lugar poco ortodoxo para los viajeros. O quizás es que interesa poco que se descubra.

ENTREVISTA A BORO BARBER, PERIODISTA Y ESCRITOR. Amparo Tórtola
Velluters era una explosión de vida
Rastrear los rasgos de la infancia en la cara de un adulto exige, por lo general, una tarea ardua y un derroche de concentración e imaginación. Lo peor: los resultados no suelen estar a la altura del esfuerzo. No sucede así con el periodista y escritor Salvador Barber, Boro para amigos y conocidos, (Valencia- 1947), cuyo rostro de fauno, sátiro y juguetón, liderado por una calva brillante y sensual, no ha logrado esconder el perfil de aquel niño que vio la luz por primera vez en la calle de Guillén de Castro, frente a la plaza del Triador, uno de las accesos naturales al barrio de Velluters. Boro se retrata a si mismo como un niño rubio, “cosa que no acababa de gustarme”, reconoce con franqueza, para añadir una explicación entrañable: “No me gustaba, primero, porque constituía una rareza, un hecho diferencial no muy frecuente, y segundo, lo más importante, porque no había toreros rubios, lo que me parecía un serio hándicap para mis sueños de matador”. Ya está dicho. Aquel infante de pelo claro, alumno de los Escolapios de la calle Carniceros, siempre vestido “con chaqueta y corbata, como un ejecutivo enano”, quería ser torero, y abonaban sus sueños el señor Antonio y la señora Paquita, los vecino carniceros, sin hijos, que regalaron a Boro, además de su amistad y de una sabiduría transmitida entre piezas de ganado y mandiles, “unos cuernos de verdad, que aún conservo, junto a otros muchos de memoria menos lúdica”.

INTERVENCIÓN 08/12. Daniel G. Andújar
Pacto de silencio se compone de un texto y tres imágenes de archivo planteadas como un documental de ficción. A partir de información real, el artista traza el perfil de un joven idealista cuyas ideas políticas y activismo se trunca con el estallido de la Guerra Civil y el posterior ajuste de cuentas de los vencedores sobre los vencidos. El texto no sólo expone esta “realidad”, no por más obviada más olvidada, sino que denuncia el pacto de silencio aceptado por todos los estamentos políticos y la sociedad civil tras la muerte del dictador, mantenido hasta la redacción y aprobación de la reciente Ley de la Memoria histórica. Una ley, por cierto, menospreciada y cuestionada de manera constante por un sector de los políticos y los jueces de este país.

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Daniel G. Andújar (Almoradí, 1966). Artista visual multidisciplinar, su trabajo en el ámbito artístico plantea el acceso y uso de la tecnología como herramienta de trabajo y conocimiento. Desde este posicionamiento, sus talleres, conferencias y exposiciones analizan el entramado de poder y control que propone y perpetúa la sociedad contemporánea de la información e intenta colocarla delante de su propio espejo deformador, empleando su mismo instrumental. Desarrolla gran parte de su producción a través de la marca Technologies To The People y suya es la puesta en práctica de portales web de gran calado en el ámbito cultural como e-valencia.org, e-barcelona.org o e-sevilla.org, entre otros. El proyecto en proceso Postcapital se ha expuesto en Barcelona, Sttutgart y Pekín, entre otras ciudades y participó en la pasada Biennale de Venecia dentro del proyecto La comunitat inconfessable, del pabellón de Cataluña, comisariada por Valentín Roma. Postcapital hace balance de la evolución de las sociedades capitalistas y tardo capitalistas desde la caída del muro de Berlín hasta nuestros días, deteniéndose y analizando otra caída, la de las Torres gemelas de Nueva york el 11 de septiembre de 2001, como punto de inflexión excepcional. En Valencia participó en Herramientas del arte. Relecturas, en la Sala Parpalló-Diputació de València (2008) y expondrá el mes de febrero próximo en Espai Visor, donde ya lo hizo por vez primera en noviembre del año 2001. Más información: www.danielandujar.org

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